.PRIMERA PARTE: EL LIBRO-DIARIO
Querida Berit:
El verano estuvo guay. Es una pena que se haya acabado tan pronto. Mañana empieza el colegio, y te mentiría si te dijera que me encanta la idea. Hay tantos peque- ñajos... Pero, bueno, dentro de un año habré terminado y ¡entonces, servidor, Nils Bøyum Torgersen irá al instituto!
Pero vamos al grano: he estado pensando en esa idea del libro-diario y he de admitir que a pesar de todo no me parece tan mala. Escribirnos cartas en un cuaderno que nos enviaremos por correo entre Oslo y Fjærland será casi como hacer un álbum de fotos con palabras en lugar de fotos. Quizá cuando seamos viejos y tengamos canas, nos divirtamos con estas cartas. (Ja, ja.) Si tenemos algo sobre lo que escribir, claro. Depende. Sospecho que este otoño no va a ser muy emocionante, y supongo que tampoco ocurrirán demasiadas cosas en tu pueblo, en Fjærland. ¿O tal vez se descubra un misterioso hombre de las nieves en ese glaciar de Jostedal que tenéis tan cerca?
Bueno, tengo que dejarlo ya. Muchos recuerdos de mi madre. Espera que a la tía Greta le vaya bien en su 17 nuevo trabajo en el hotel «and look forward to seeing you again», como suelen decir en los aviones. Seguro que también mi padre te habría enviado saludos, pero está conduciendo su taxi y además no sabe que te estoy escribiendo.
Saludos de tu querido primo Nils
P.S. Olvidé decirte que ocurrió algo curioso cuando compré este diario. No lo compré en Oslo, ¿sabes?, sino en Sogndal, camino de Oslo. ¿Te acuerdas de aquella extraña señora?, la de los ojos enormes y el cuaderno desbaratado, esa que estaba leyendo el libro de firmas que hay en el refugio del glaciar de Flatbre y nos miraba por encima del hombro mientras escribíamos nuestro poema en el libro. ¿Lo recuerdas? Yo sí:
Estamos sentados al sol del verano
con una coca cola helada en la mano.
Nils y Berit nos llamamos
y al cole hasta el otoño no vamos.
La paz reina aquí en la cumbre,
qué pena bajar a la muchedumbre.
Bastante bueno, ¿verdad?
Pero no iba a hablarte del poema, sino de la señora. Cuando entré en la librería de Sogndal, ella también estaba allí, fíjate. Andaba mirando los libros de las estanterías. ¡Y se le caía la baba, Berit! Es que no puedo expresarlo de otra forma. A la señora se le caía la baba mientras andaba por la librería. Como si los libros fueran de chocolate, mazapán o algo parecido. Pero lo más raro de todo fue que, al ir a pagar este diario, se me acercó y me preguntó si le permitía una pequeña contribución. No supe qué decir, pero me lanzó una mirada 18 tan fulminante que no me atreví a negarme. No sé cómo describir su mirada, pero tuve la sensación de que me estaba leyendo como en un libro abierto. Así que cogí la moneda de diez coronas y le di las gracias. ¿Y sabes lo que me dijo? «¡Gracias a ti!» Y luego sacó un pañuelo con el que se secó la boca y desapareció.
Bueno, aquí tienes el diario. Te envío una de las dos llaves. Procura tenerlo cerrado con llave cuando no lo estés usando. Recuerda que es «for your eyes only» (sólo para tus ojos). Perdona por la imagen de la cubierta. Tuve que elegir entre el fiordo de Sogn y una puesta de sol con un corazón rojo haciendo de sol. ¿Cuál habrías elegido tú? Aquí acaba la carta.
Querido primo:
Gracias por el diario que acabo de encontrar en el buzón y he abierto hace unos minutos. Estoy de los nervios, no puedo entretenerme en contarte cómo van las cosas por aquí, pues esta tarde he tenido una experiencia que me ha dejado lívida, y soy incapaz de pensar en otra cosa. Por eso tengo que escribirte inmediatamente, aunque me sigue temblando la mano.
Se trata de esa misteriosa señora. La que viste en Sogndal, ¿recuerdas?. Bueno, ¿por dónde empiezo?
Estaba en el muelle cuando llegó el transbordador de las 2. Aquí el colegio no empieza hasta el lunes y no hay mucho más que hacer. Y allí estaba la señora, bajándose del barco antes que los demás pasajeros. Al pasar por delante de mí, me echó una mirada de esas que parecen decir «sé quién eres». Aún no había leído tu carta, pero me acordé de lo que pasó en el refugio de Flatbre, así que opté por seguirla a distancia, claro. No sé cómo me atreví, era como si me hubiera hipnotizado para que lo hiciera. (Ahora comprenderás por qué me tiembla la mano).
[...]
Estoy a punto de echarme a llorar, de verdad, así que más me vale que deje ya de escribir: no creo que el rotulador sea resistente al agua.
Voy a bajar corriendo a Correos para enviarte el diario ahora mismo. ¡Tienes que contestar ipso facto!
Saludos de tu asustadísima prima Berit.
[...]
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